Desde los
albores de la humanidad cuando el hombre comienza a hacerse consciente de sus
emociones, creer se convierte en una herramienta indispensable para darle un
rumbo al pensamiento trazando subjetivamente el camino hacia el florecimiento
objetivo de la cultura, es así como nacen las creencias constituyendo la base
fundamental para la formación de ideas y conceptos que más tarde van a
socializarse conforme crecen dichas culturas. El matemático y filósofo inglés Frank Plumpton Ramsey (1903-1930)
en libros como “Verdades y proposiciones” relaciona las
creencias con la realidad como “mapas” para guiar al ser humano en busca de
satisfacer sus necesidades, enfatizando que “las creencias no son un modo de
ver las cosas sino una manera de orientarnos en la vida”, asimismo demuestra
que las creencias de una persona son mesurables mediante el cálculo y las
probabilidades.
A pesar de
que las creencias sientan las bases de las ideas y conceptos es bueno enfatizar
los estudios de Ramsey cuando se cuestiona si resulta positivo aún después de
miles de años seguir “creyendo”.
A pesar de
su importante papel en el desarrollo del pensamiento humano a lo largo de su historia,
las creencias hoy en día son prescindibles pues siguen constituyendo la capa de
las verdades existenciales edificadas bajo un débil sustento basado en las
experiencias emocionales y mediante su más grande motor, la “fe”. Las creencias
siguen maniatando el pensamiento humano a los atavismos de la mente lo que
causa una regresión pasiva de la cultura cuyos avances en el conocimiento y la
ciencia van a la par de un pensamiento retrógrado, asentado en un compendio de creencias que van
desde de lo político hasta lo espiritual, incluso en campos donde la lógica
debería primar como lo es en el científico.
En mi
artículo, “La religión
del futuro” hago un claro análisis de como la ciencia oficialista
degenera en creencia convirtiéndose en algo poco fiable y advirtiendo el
peligro de la llamada corriente transhumanista de trasnformar el conocimiento y
la práctica científica en una “religión”.
La palabra
creer viene del latín “credere” con
la misma significación y esta a su vez viene de las raíces indoeuropeas “KERD” (Corazón) y “DHE” (Poner) (Poner o colocar el corazón) lo que nos
dice que una creencia no es más que algo “Colocado en el corazón”, las
emociones para ser más exactos tal como lo afirmaba Ramsey, son un mapa para
orientarnos en busca de complacer nuestras emociones.
Cuando
decimos que “creemos” en algo estamos colocando la idea o el concepto dentro de
la experiencia subjetiva, es decir en el interior de la vivencia emocional,
esta idea permanece dentro de nuestro pensamiento y al socializarse se transforma
en una “premisa lógica” para finalmente establecerse como una verdad o
realidad. Es creer entonces sentar una “realidad” sin ningún fundamento más que la vivencia
personal y la empatía que esta puede generar en base a los condicionamientos
sociales (Cultura y conocimiento). Siendo una “verdad” a priori de lo que es la
realidad y basada únicamente en la experiencia subjetiva, cuando una mentalidad
creyente se interpone a una mentalidad pensante puede vivir engañada todo el
tiempo. Además las creencias fijas destrozan la mente activa, su
“arborescencia” ya que el pensamiento no se sometería a un juicio lógico si se
interponen premisas, que dentro de una creencia fuerte como la religiosa, se han
transformado en “principios”.
La fe que
viene del latín “fides”
(Lealtad) y a su vez está vendría de la raíz indoeuropea “bheidh” (Asesorar,
persuadir) es la base de la mayoría de creencias religiosas en el mundo. Teniendo
en cuenta la etimología de la palabra fe, observamos que la fe más que una
“virtud” relacionada a menudo con el deseo y la voluntad de hacer realidad una
idea, es una condición, un principio impuesto por quienes argumentan que la fe
representa la virtud. Las iglesias se han encargado de mostrarnos la fe y la
creencia como virtudes, la ciencia simplemente ha tenido que “oficializarse” para
hacer crédula a la gente y en el caso de la ideología, los activistas y
políticos nos muestran el verdadero panorama de esa “lealtad” mediante la
persuasión y el asesoramiento, prácticamente debemos “creerles” a ellos por ser
portadores de la “verdad”.
Es por eso
que creer debería trascender a una palabra mejor, CONFIAR. La palabra confianza está
compuesta de la raíz indoeuropea “kom”-
(Junto, cerca de), “fides” (Lealtad),
-“nt” (Agente que hace la acción) y el sufijo
–“ia” (Cualidad), en este caso el agente
sería nuestro razonamiento y su cualidad de discernir entre un concepto u otro,
es quien decidiría si ser leal o no a una persona, un concepto, religión
etc.
Para
entender mejor este concepto etimológico tomemos a la persona que dice “creer
en dios” como ejemplo, este creyente está diciendo que “le es leal a él”
independientemente de si existe o no, es decir bajo una presunción o también se
puede interpretar a un creyente como “una persona que es leal a los que otros
han dicho sobre la existencia de ese dios” o mejor “Que ha sido persuadida por
alguien para serle fiel a esa entidad”.
Ahora vamos
con la palabra confiar que es el verbo de confianza, se le preguntaría a un
creyente “¿Confía usted en dios?” En vez de “¿Cree usted en dios?”
Inmediatamente nos damos cuenta el curso que toma la frase gracias al cambio de
esta palabra, esto se debe a que se ha convertido en una cuestión más directa, no obstante lo
correcto sería preguntar “¿Confía usted en la existencia de dios?”, el creyente
en cuestión inmediatamente dudará porque el agente que yace dentro de la
palabra confianza le invita a dudar, a no “creer ciegamente” por lo que la
cultura le ha impuesto o el corazón le ha determinado creer en base sus emociones.
Si la persona contesta que si tendrá que justificar cómo es que confía en algo
que no ve, de lo que solo ha aprendido por medio de los libros o el dialogo con
otras personas. Entonces podría contestar “Yo confío en la existencia de un
dios porque las cosas no pudieron generarse por simple evolución de la materia,
debe haber un creador que las ha puesto allí” inmediatamente esa persona
comienza a utilizar al agente, - que es
el razonamiento - , para valerse de nuevas premisas lógicas. Esta es la gran
diferencia entre creer y confiar. Cuando
“crees” lo haces ciegamente, porque basándonos en la etimología y la razón,
eres “leal” porque has sido “persuadido”. Cuando “confías” eres leal pero solo
porque el razonamiento te ha llevado a eso. La confianza nos invita a dudar
porque es el depósito que damos y está condicionado no por agentes exteriores
sino por nuestro propio razonamiento, nadie entregaría algo tan valioso -como
lo es la confianza- sin antes pensárselo dos veces.
Desde
tiempos inmemoriales, grandes pensadores y profetas han recalcado la
importancia de la fe y la creencia, aunque se le considere una virtud o el “motor”
para realizar grandes cosas, creer no es más que la presunción de los efectos que
genera la intuición sobre lo conocido, lo que quiere decir que mediante la intuición
realizamos una presunción de algo que está por suceder, que apenas subyace
dentro de una idea o lo que simplemente desconocemos pero damos por sentado de
que existe, para ello nos valemos del material de conocimiento del cual
disponemos. Dentro del "creer" es importante el papel que juega la motivación y
la voluntad que hacen parte del material cognoscitivo, de lo que disponemos y
conocemos para hacer posible aquello que nos da la intuición. En pocas palabras
una creencia no es más que un proceso mental, un acto imaginativo donde la motivación y la voluntad haciendo uso
de la intuición nos hace prever una realidad que más tarde se manifestará
concretamente. En base a esto podemos darnos cuenta que muchas creencias al no
tener un sustento nos hacen que terminemos engañándonos, al tergiversar la
realidad y no someternos a un verdadero juicio, para el final sumergirnos
dentro de la pasividad mental, lo que comúnmente se conoce como “mente
cerrada”.
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