sábado, 1 de julio de 2017

EL PODER DE LAS PALABRAS: ¿CREER O CONFIAR?

Desde los albores de la humanidad cuando el hombre comienza a hacerse consciente de sus emociones, creer se convierte en una herramienta indispensable para darle un rumbo al pensamiento trazando subjetivamente el camino hacia el florecimiento objetivo de la cultura, es así como nacen las creencias constituyendo la base fundamental para la formación de ideas y conceptos que más tarde van a socializarse conforme crecen dichas culturas. El matemático y filósofo inglés Frank Plumpton Ramsey (1903-1930) en libros como “Verdades y proposiciones” relaciona las creencias con la realidad como “mapas” para guiar al ser humano en busca de satisfacer sus necesidades, enfatizando que “las creencias no son un modo de ver las cosas sino una manera de orientarnos en la vida”, asimismo demuestra que las creencias de una persona son mesurables mediante el cálculo y las probabilidades.




A pesar de que las creencias sientan las bases de las ideas y conceptos es bueno enfatizar los estudios de Ramsey cuando se cuestiona si resulta positivo aún después de miles de años seguir “creyendo”.
A pesar de su importante papel en el desarrollo del pensamiento humano a lo largo de su historia, las creencias hoy en día son prescindibles pues siguen constituyendo la capa de las verdades existenciales edificadas bajo un débil sustento basado en las experiencias emocionales y mediante su más grande motor, la “fe”. Las creencias siguen maniatando el pensamiento humano a los atavismos de la mente lo que causa una regresión pasiva de la cultura cuyos avances en el conocimiento y la ciencia van a la par de un pensamiento retrógrado,  asentado en un compendio de creencias que van desde de lo político hasta lo espiritual, incluso en campos donde la lógica debería primar como lo es en el científico.



En mi artículo, “La religión del futuro” hago un claro análisis de como la ciencia oficialista degenera en creencia convirtiéndose en algo poco fiable y advirtiendo el peligro de la llamada corriente transhumanista de trasnformar el conocimiento y la práctica científica en una “religión”.
La palabra creer viene del latín “credere” con la misma significación y esta a su vez viene de las raíces indoeuropeas “KERD” (Corazón) y “DHE” (Poner) (Poner o colocar el corazón) lo que nos dice que una creencia no es más que algo “Colocado en el corazón”, las emociones para ser más exactos tal como lo afirmaba Ramsey, son un mapa para orientarnos en busca de complacer nuestras emociones.



Cuando decimos que “creemos” en algo estamos colocando la idea o el concepto dentro de la experiencia subjetiva, es decir en el interior de la vivencia emocional, esta idea permanece dentro de nuestro pensamiento y al socializarse se transforma en una “premisa lógica” para finalmente establecerse como una verdad o realidad. Es creer entonces sentar una “realidad”  sin ningún fundamento más que la vivencia personal y la empatía que esta puede generar en base a los condicionamientos sociales (Cultura y conocimiento). Siendo una “verdad” a priori de lo que es la realidad y basada únicamente en la experiencia subjetiva, cuando una mentalidad creyente se interpone a una mentalidad pensante puede vivir engañada todo el tiempo. Además las creencias fijas destrozan la mente activa, su “arborescencia” ya que el pensamiento no se sometería a un juicio lógico si se interponen premisas, que dentro de una creencia fuerte como la religiosa, se han transformado en  “principios”.



La fe que viene del latín “fides” (Lealtad) y a su vez está vendría de la raíz indoeuropea “bheidh” (Asesorar, persuadir) es la base de la mayoría de creencias religiosas en el mundo. Teniendo en cuenta la etimología de la palabra fe, observamos que la fe más que una “virtud” relacionada a menudo con el deseo y la voluntad de hacer realidad una idea, es una condición, un principio impuesto por quienes argumentan que la fe representa la virtud. Las iglesias se han encargado de mostrarnos la fe y la creencia como virtudes, la ciencia simplemente ha tenido que “oficializarse” para hacer crédula a la gente y en el caso de la ideología, los activistas y políticos nos muestran el verdadero panorama de esa “lealtad” mediante la persuasión y el asesoramiento, prácticamente debemos “creerles” a ellos por ser portadores de la “verdad”.




Es por eso que creer debería trascender a una palabra mejor, CONFIAR. La palabra confianza está compuesta de la raíz indoeuropea “kom”- (Junto, cerca de), “fides” (Lealtad), -“nt” (Agente que hace la acción) y el sufijo –“ia” (Cualidad), en este caso el agente sería nuestro razonamiento y su cualidad de discernir entre un concepto u otro, es quien decidiría si ser leal o no a una persona, un concepto, religión etc. 




Para entender mejor este concepto etimológico tomemos a la persona que dice “creer en dios” como ejemplo, este creyente está diciendo que “le es leal a él” independientemente de si existe o no, es decir bajo una presunción o también se puede interpretar a un creyente como “una persona que es leal a los que otros han dicho sobre la existencia de ese dios” o mejor “Que ha sido persuadida por alguien para serle fiel a esa entidad”.




Ahora vamos con la palabra confiar que es el verbo de confianza, se le preguntaría a un creyente “¿Confía usted en dios?” En vez de “¿Cree usted en dios?” Inmediatamente nos damos cuenta el curso que toma la frase gracias al cambio de esta palabra, esto se debe a que se ha convertido en  una cuestión más directa, no obstante lo correcto sería preguntar “¿Confía usted en la existencia de dios?”, el creyente en cuestión inmediatamente dudará porque el agente que yace dentro de la palabra confianza le invita a dudar, a no “creer ciegamente” por lo que la cultura le ha impuesto o el corazón le ha determinado creer en base sus emociones. Si la persona contesta que si tendrá que justificar cómo es que confía en algo que no ve, de lo que solo ha aprendido por medio de los libros o el dialogo con otras personas. Entonces podría contestar “Yo confío en la existencia de un dios porque las cosas no pudieron generarse por simple evolución de la materia, debe haber un creador que las ha puesto allí” inmediatamente esa persona comienza a utilizar al agente,  - que es el razonamiento - , para valerse de nuevas premisas lógicas. Esta es la gran diferencia entre creer y confiar.  Cuando “crees” lo haces ciegamente, porque basándonos en la etimología y la razón, eres “leal” porque has sido “persuadido”. Cuando “confías” eres leal pero solo porque el razonamiento te ha llevado a eso. La confianza nos invita a dudar porque es el depósito que damos y está condicionado no por agentes exteriores sino por nuestro propio razonamiento, nadie entregaría algo tan valioso -como lo es la confianza- sin antes pensárselo dos veces. 



Desde tiempos inmemoriales, grandes pensadores y profetas han recalcado la importancia de la fe y la creencia, aunque se le considere una virtud o el “motor” para realizar grandes cosas, creer no es más que la presunción de los efectos que genera la intuición sobre lo conocido, lo que quiere decir que mediante la intuición realizamos una presunción de algo que está por suceder, que apenas subyace dentro de una idea o lo que simplemente desconocemos pero damos por sentado de que existe, para ello nos valemos del material de conocimiento del cual disponemos. Dentro del "creer" es importante el papel que juega la motivación y la voluntad que hacen parte del material cognoscitivo, de lo que disponemos y conocemos para hacer posible aquello que nos da la intuición. En pocas palabras una creencia no es más que un proceso mental, un acto imaginativo  donde la motivación y la voluntad haciendo uso de la intuición nos hace prever una realidad que más tarde se manifestará concretamente. En base a esto podemos darnos cuenta que muchas creencias al no tener un sustento nos hacen que terminemos engañándonos, al tergiversar la realidad y no someternos a un verdadero juicio, para el final sumergirnos dentro de la pasividad mental, lo que comúnmente se conoce como  “mente cerrada”.

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