viernes, 30 de agosto de 2019

ESA ENFERMEDAD LLAMADA VIDA





La vida es una enfermedad cuya cura es la muerte, es una enfermedad crónica que padecemos desde nuestro nacimiento hasta el fin, cargamos con esta dolencia a lo largo de este pasar por el mundo, para la cual tenemos toda clase de paliativos dentro de un tratamiento al que llamamos "felicidad".
- Buscamos la dosis diaria -
Porque sentimos en el estómago la punzada del hambre, nos hiere el sol con su luz resplandeciente, la gravedad atenaza nuestras vértebras, el aire frío parece abrasar nuestros pulmones.
Afuera  el "gran desierto" nos muestra que para este la vida no vale nada, no somos el fin mayor, no somos el más alto grado en la evolución de la materia, fuimos simplemente un accidente, una rama que quebró el viento llevándosela consigo, una partícula de polvo como cualquier otra viajando a través del infinito.
El universo  afuera es terriblemente hostil, nadie soportaría ni un segundo flotando en su inquietante vacío, es así que la tierra logró convertirse en un escudo para la vida,  igual que una costra seca en el tejido del tiempo, ocultándose de las mareas de  energía que chocan, el caos de millones de explosiones termonucleares, el frío del vacío absoluto, la nada.
Esta es la primera evidencia de que la vida es como una enfermedad,  una infección, algo que se coló dentro del gigantesco cuerpo de la  amorfa materia, el caos absoluto, cuando menos lo pensábamos aparecieron sus síntomas, cuando menos lo esperábamos yacíamos vivos, cuando el diagnóstico dictamina que tenemos la enfermedad comenzaron las preguntas ¿Cómo llegó allí?... ¿está para quedarse o simplemente hacernos desaparecer?
Nos parecerá de repente un milagro, una rareza, un fenómeno trascendente dentro de eso que llamamos evolución, pero no es más que una enfermedad llena de dolor, dolor que se manifiesta desde el principio en el momento de nacer, está en las lágrimas de la madre que da luz a su hijo,  reflejado en el llanto del infante herido por la intensa luz del día, el cortante frío y el oxígeno que parece quemar sus pulmones, dolor que llevamos mientras crecemos es ente mundo de crueles leyes y graves imposiciones, dolor que se manifiesta con los años cuando envejecemos, dolor que nos persigue hasta la muerte porque por mucho que lo ignoremos o no lo queramos aceptar la vida es nuestra enfermedad.
- Buscamos la inyección diaria -
Porque nos duele la soledad, nos hiere la angustia de los años que pasan, nos duele el temor hacia lo incierto, hacia el futuro, nos hieren los recuerdos, lo que hicimos y lo que no pudimos hacer, nos destroza la ansiedad a cada momento, cada segundo que vivimos, el deseo nos colma de dolor, la espera alarga la noche tan gélida, tan oscura y solitaria, nos duele existir, nos duele ser y no ser...el peso, la levedad, todo.
A todos nos atenaza la angustia del diario vivir, nos carcome la propia existencia, todos desde que comienza el día, necesitamos esa dosis, esa inyección,  la píldora de muchos colores, la aguja que entra por la piel de nuestros sentidos y el líquido irriga el tejido del alma, aquellas drogas que están por todos lados y que vemos a través de coloridas pantallas, narcóticos llegados en notas musicales, anfetaminas que inundan nuestro paladar deleitado de dulzura aceitosa, con nuestro sexo que nos satura de catárticas sensaciones, va sobre ruedas a toda velocidad o por lo contrario va muy lento hacia el camino donde nos espera el remedio mayor, ese que llamamos felicidad y creemos como lo más sublime. No son más que parte del tratamiento, con esta enfermedad lo único que nos queda es tratar de eludir el dolor que nos produce. A eso llamamos "Sentido de la vida" a la terapia prescrita por el médico que procuramos ser.
Tal vez nosotros no teníamos que existir, eso tiene sentido si nos damos cuenta que el universo nos consumirá en una fracción de segundo sin que nos demos cuenta, fulminados en el espacio en un corpúsculo del tiempo, disuelto en trillones de átomos que se unirán en una danza de fuego, será como el humo negro ascendiendo a la noche más oscura, fuimos como la enfermedad, el producto de un lamentable accidente o la más grande maravilla evolutiva del cosmos, ninguna de las dos si consideramos que pronto todo dejaría de existir, toda esta magnificencia borrada de la historia plasmada en la memoria de lo que ya no existe, será como arrojar cristal a un volcán, así el disco dorado se escape a toda esta inevitable hecatombe nadie estará allí para escucharlo.
Como seres vivos padecemos el dolor del vivir y el trauma del existir, agonizamos en un mar de pensamientos, flotamos en un océano de soledad, así mismo dentro de este vasto universo navegamos como el más solitario de los navíos, nuestras soledades se conjugan, así tan solos como la muerte misma, así mismo flotamos en esta inmensidad como un cadáver viviente, sin ningún rumbo y so pena de creer estar vivos.
Y dentro de este frenesí de vida, esta alegría, esta satisfacción que siempre nos procuramos, olvidamos todo el tiempo como si dentro de nuestro cerebro anestesiado no hubiera un espacio para ello. Cómo el dolor y el sufrimiento de otros nos sustenta, nos olvidamos el depredador que somos, los voraces carnívoros que a diario dentellamos con crueldad la piel de la presa, nuestro trofeo es la felicidad, la cabeza de un cervatillo con la mirada perdida sobre los anaqueles, del cual vestimos su piel y comemos su carne, pero olvidamos su corazón, es la dinámica de esta enfermedad, que nosotros nos convertimos en un mal dentro de la misma, es como el parásito habitando dentro del parásito.
Incluso aquellas personas que se dicen felices, aquellas que con gran resiliencia parecen no ver más allá del dolor, no pueden pasar desapercibidas, ajenas a tan mísera existencia a la que nos relega esta enfermedad que nos destruye de a poco, así pues estamos dentro de una burbuja del infinito, construyendo esta sociedad la cual no tiene reparo, aquella misma que por un lado renace y por otro muere, aquella que por un lado agoniza y en su contra trata de sortear este desastroso sufrimiento ¿Quién es capaz de vivir ajeno a tanto dolor y sufrimiento? ¿Quién en la tierra puede ser tan insensible o tan tercamente comprensivo?
Y la cura a esta enfermedad indolente, podría ser que pudiéramos dentro de nuestra existencia encajar todas aquellas cosas que nos hacen felices, pues no sería más que el triunfo de un tratamiento paliativo sobre el propio dolor, no sería más que el éxito de lograr las dosis instantáneas para sobreponerse al dolor que supone existir y que es más doloroso en los seres humanos solo por tener conciencia de brutalidad semejante, o también podría curarnos la mansedumbre,  el afrontar todo este dolor con  gran estoicismo o ser masoquistas y disfrutar del sangriento espectáculo, del alma herida, los sentimientos que se derraman.
Entiendo a los adictos porque ellos más que nadie perciben esta realidad purulenta, entiendo porque son vidas perdidas, ¡La vida ya estaba perdida desde que surgió! Entiendo porque quieren escapar de sí mismos todo el tiempo.
Porque la vida es dolor,  es el sufrimiento materializado y el goce no es más que la cáscara que envuelve esta amarga fruta, los cuerpos que habitan acá no están para el placer, están hechos para el dolor de este padecimiento, esta enfermedad, este germen que se reproduce  sin control, que debe engañarnos a cada momento para procurar su mefítica hegemonía, su desesperado éxodo hacia la infinitud.
El dolor viene de mirar más allá de los límites, el ancho espacio del sufrimiento es la senda por donde se camina.



El Factor Cero (Tx0)

  “La vida no tiene sentido, pero vale la pena vivir, siempre que reconozcas que no tiene sentido” Albert Camus Los seres humanos no lo sabe...