miércoles, 26 de abril de 2023

El Factor Cero (Tx0)

 “La vida no tiene sentido, pero vale la pena vivir, siempre que reconozcas que no tiene sentido” Albert Camus

Los seres humanos no lo sabemos, quizás por simple ignorancia o porque simplemente no queremos pensarlo: El hecho de que somos habitantes de un gran desierto, un enorme vacío donde nuestras mentes viven del espejismo, una ilusión que se desvanece en el horizonte o en la oscuridad, y donde solo estamos nosotros en medio de dunas, viviendo bajo un espejismo simbiótico, atrapados en la tormenta que se desprende de un desierto sin vida.  

Nuestra mente está diseñada para ignorar la nada, algo similar pasa cuando dormimos o cuando perdemos el conocimiento. Simplemente no lo recordamos. Pasa en silencio. Es un agujero en el tiempo, y de la misma manera se manifiesta dicha nada, ¿Qué había antes de generar nuestro primer recuerdo? ¿Qué habrá después de que nuestra mente pueda generar el último de ellos? La física cuántica nos enseña que pudiendo existir realidades infinitas, solo prevalecerá aquella que es observada.

El escritor y filósofo Albert Camus ya había planteado este razonamiento de forma cruda pero sincera, no falta de elocuencia por tratarse de un razonamiento aparentemente pesimista, pero con un rigor exultante: el absurdo para este gran filósofo es la existencia, pero es el hombre el que da sentido a la difusa cosmogonía que nos muestra sardónicamente el vacío.

No llegar a un punto en nuestras existencias, para considerar el enorme sinsentido de la vida, ese que se recoge ante una inmensidad silenciosa e infinita, nos encierra en el absurdo que es producto de la costumbre, terminamos por ser iguales que los animales, vivimos sin alteridad alguna, sin darle posibilidad a la mente de intuir que somos como Sísifo soportando la crueldad y sinsentido de su castigo, al mismo tiempo esta cualidad que por momentos se escapa de ciertas realidades, es a su vez la que todo lo magnifica, como seres conscientes de que hay cosas finitas e infinitas, queremos siquiera atisbar de que la infinitud existe, como una respuesta a la negación de nuestra propia mortalidad. Nada nos duele más que el infinito, porque no lo podemos palpar, nuestra mente solo debe magnificar lo que es a su vez finito, así nuestras lágrimas lavan el absurdo.

Aun no sabiendo pretendemos saber, queremos intuir que para nuestras efímeras vidas que desesperadamente se reproducen sin cesar, haya una inmortalidad, esta sensación la pudimos apreciar en los más variopintos rituales hechos a lo largo de la historia humana a lo que muerte respecta, siendo quizás el más reconocido, aquel que celebraban los egipcios con el rito de la momificación. Un sistema de creencias surge en la India, en la que se habla de transmigración de almas o reencarnación, el samsara que, si bien es un ciclo cuasi eterno de vida y muerte, tiene la posibilidad de liberación.  Es decir, mientras los egipcios colocan esta angustia de perennidad en rituales que pretenden la inmortalidad de una existencia perecedera, los indios ya intuían lo terrible que resultaba el vivir en un constante ciclo donde el sufrimiento sería su constante. De alguna manera reconocen este absurdo, el estar atrapados en la nada, lo que realmente es infinito.

Sea lo que sea, en el ser humano la angustia palpable por el existir y el no existir es algo que por siglos nos ha obsesionado, y así como las creencias religiosas ligadas a este sentimiento aún permanecen, también persiste nuestra capacidad para eludir al absurdo, o la nada como aquí se ha planteado, solo que esta vez, como en esta era posmoderna tanto valor damos a las cifras, lo reducimos a un cero, al FACTOR CERO, en donde todo se arroja hacia la nada. Es muy fácil de comprender, todo aquello que se multiplique por cero dará el mismo resultado, un cero o si se refiere el vacío, la nada, no importa el grado de complejidad del fenómeno de la vida, no importa qué nivel hayamos alcanzado dentro de nuestras existencias, nuestras vidas por grandes o sufridas que hayan sido todas convergerán de donde vinieron: la nada absoluta, el factor cero. Y es así que tenemos el siguiente resultado, no importa si hemos tenido vidas largas o cortas, todo al final se reduce a la misma dimensión: la nada. Tal vez, como si la vida pudiera intuirlo, apostó hacia el infinito y es por eso que somos producto de una reproducción cuasi interminable, era la única manera de paliar el estado más natural de la naturaleza, la muerte.

Si nos ponemos a meditar acerca de esta realidad, si nos empeñamos en comprender está dinámica tan simple y oscura a la vez, no solo estaremos demostrando llegar a un grado de superioridad en nuestras existencias, contrario a lo que muchos podrían pensar como el pesimismo en su máxima expresión. La comprensión del factor cero, “el abrazo al absurdo” es lo que nos llevará a asimilar nuestra pequeñez humana, nuestra mayor fragilidad, nuestro ridículo sufrimiento, la desgastada lucha. El objeto de comprender que todos estamos sujetos a la cruel e impasible dinámica del factor cero, contrario a lo que muchos optimistas o positivistas podrían pensar, es entender nuestro papel en un universo que posiblemente nunca entenderemos a cabalidad, para muchos esta idea podría causarles una gran angustia, para otros, las mentes más prodigiosas abrirán sin duda alguna todo un abanico de posibilidades, siendo la principal el comprender que nuestra mente, está diseñada 1. para ignorar el absurdo, viendo dentro de múltiples ilusiones y 2. para magnificar todo, cualidad única del cerebro humano que posibilita crear el espejismo dentro del desierto.

La consideración de esta realidad no nos debería llevar a la desesperanza, todo lo contrario, debería aliviar nuestras culpas, nuestras penas, toda carga, todo dolor y sufrimiento, incluso el gozo mismo que no es otra cosa que un espejismo, como lo es todo dentro de nuestros cerebros, desatarnos tanto de lo malo como lo bueno, el desapego que desde hace siglos propuso el budismo: No te apegues a las cosas, no te apegues a nada, pues nada te llevarás, porque no hay destino, puedes ver pasar las cosas, contemplar su perennidad solo comprendiendo que eres el huésped de la nada infinita, te reirás cuando en el fondo de tu corazón comprendas esto, es sin duda alguna un viaje en donde siempre perderás el equipaje porque no hay destino, solo la impemanencia. Definitivamente no es algo que se hará de la noche a la mañana, la comprensión de la nada podría abarcar días, meses, incluso años, de seguro muchos moriremos sin comprenderlo a cabalidad. Si todos lo pudiéramos hacer, talvez consideraríamos mejorar nuestras vidas y las vidas de aquellos que podamos mejorar, por lo contrario, aquellas personas desalmadas, podrían abrazar la nada para justificar su barbarie. Yo sinceramente escribo todo esto con la esperanza de darle luz a quien lo leyera, como muchas veces leí a otros autores y me abrieron los ojos. Pero en la práctica no será nada fácil ni para mí, ni para nadie.

 Existen en el universo y la naturaleza momentos que, por su grado de magnificencia, son así mismos efímeros, tenemos por ejemplo del espectáculo del nacimiento y muerte de una estrella, evento al que se conoce como supernova, una estrella que lanza hacia la nada del espacio un brillo excepcional antes de morir. En la vida tenemos el nacimiento de un bebé, la eclosión de un huevo, la ruptura de la crisálida que ve nacer a la mariposa, la puesta del sol en el ocaso, las auroras boreales etc. son eventos que por ser tan efímeros resultan excepcionalmente bellos, las sensaciones humanas también obedecen a esta mágica proporción, y en ellas vemos la alegría, el éxtasis, el silencio, un orgasmo etc. La existencia es pues también uno de estos tantos momentos efímeros que no logramos apreciar por cuestiones de espacio y percepción. En tiempos cosmogónicos se podría decir que la existencia de la tierra capaz de albergar la vida es de apenas unos segundos, y la existencia de la humanidad pues se contará con tan solo unas centésimas, y así comprobamos que la vida del ser humano a la par de su existencia solo será uno de tantos breves momentos que solo perduran por el alto grado de belleza que pueda contener, como los ya citados ejemplos.

Asimismo, a muchas personas les cuesta percibir esto, que hay momentos realmente únicos y que la belleza puede estar en los lugares menos insospechados, tardarán años para comprender que los grandes momentos se viven en pequeños instantes, de la misma manera darán trato a su existencia, pasarán de largo por el estrecho túnel de la vida sin preguntar nada, sin comprender la inmensidad que contiene la pequeñez del existir, porque existir es algo pequeño, pues es magnificable, todo lo magnificable es intrínsecamente pequeño, no podemos saber el ancho del universo.

Parece que la belleza en algunos eventos tanto de la naturaleza como de nuestras vidas, se da por la intensidad en su instante, si todos los días pudiéramos ver la misma flor en el jardín, nos acostumbraríamos a su encanto, llegaría a pasar por alto para mentes programadas para el hábito y la repetición como las nuestras, pero si esa flor nace en cierta temporada y dura unos días, contemplaremos su verdadera belleza, ¡Que sabias son las plantas! La verdadera belleza es pues, la ausencia de la costumbre, de esta misma manera debemos comprender la brevedad del fenómeno llamado existencia, solo así podremos apreciar su belleza, no hay que acostumbrarse a la vida, hay que morir cada vez que se pueda. Pero no se trata de pensar que la vida es breve y por eso hay que disfrutarla, es entender que la vida no es nada, porque está en medio de nada, la verdad es que esta noción resulta compleja de entender, necesitaremos tiempo para hacerlo.

Para apreciar esta belleza, nuestra mente debe aprender a funcionar como una cámara fotográfica, debe saber plasmar las escenas bellas, los momentos únicos, la función de una cámara es congelar un instante en el tiempo, lo efímero o la existencia, así podemos apreciar la belleza incluso en los lugares donde pareciera no existir.

LA EXISTENCIA: EL SENTIDO DE LA VIDA

La vida es una broma, hecha por la naturaleza de lo material, lo material es lo muerto, por eso es efímera:


En un abrir y cerrar de ojos sale el sol

En un abrir y cerrar de ojos nos enamoramos

En un abrir y cerrar de ojos vemos la luz por primera vez

En un abrir y cerrar de ojos cayó el relámpago y la centella

En un abrir y cerrar de ojos sentí el abrazo de consuelo

Y en un abrir y cerrar de ojos se esfumó

Roma ascendió y cayó en un abrir y cerrar de ojos

En un abrir y cerrar de ojos, miles de personas yacían muertas

Quedé dormido en la suave yerba, ahora despierto

En un abrir y cerrar de ojos el sol se ocultó en el horizonte

 “No le temo a la muerte. Había estado muerto por billones y billones de años antes de nacer, y no sufrí el menor inconveniente por ello”, una frase acuñada por Mark Twain, nos revela la extraordinaria intuición del brillante escritor, acerca de esta realidad para la mayoría resultaría inaceptable. En el fondo nadie quiere morir y por ende nadie piensa en ello. Durante la juventud, desde la niñez misma, nuestra intuición acerca de la muerte es progresivamente menor a medida que se envejece, es por eso que muchos jóvenes pierden la vida por motivos que incluso rayan en lo absurdo. Cando llegamos a la madurez el fenómeno de la muerte nos acecha, comenzamos a pensar en los caminos que nos pueden conducir a la muerte, llegamos algo tarde a cuidarnos, dejamos costumbres o hábitos que podrían llevarnos a un deceso prematuro, pensamos acerca de nuestra propia muerte. Cuando éramos más jóvenes nos cuestionábamos ¿Qué pasaría si perdiéramos a nuestros padres?, ahora ya más maduros pensamos ¿Qué sucederá cuando dejemos de existir?, y aún este pensamiento no deja de abrumarnos porque la muerte seguirá siendo algo desconocido, el producto de una intuición, una noción fallida. Es entonces que las personas con verdadera sabiduría, llegan finalmente a intuir lo que es la muerte: es el principio y el fin, es el todo y la nada, la muerte es la esencia, lo que intuimos de ella es lo que vive.

La noción fallida de la muerte, es la que nos lleva a creer en una religión, de hecho, etimológicamente la palabra religión significa “La acción de atar con intensidad”, si bien esta fuerza se traduce como el vínculo hacia el dios, también podríamos interpretarla como el aferrarse a la vida, (Por eso existe el término de “hacer algo religiosamente”) una atadura que nos lleva en principio, según la mayoría de las religiones existentes, a aferrarnos a la inmortalidad: en el cristianismo se habla de la resurrección, en el hinduismo y el budismo la reencarnación y en el brahmanismo la transmigración. En la antigüedad existía múltiples leyendas que no eran sino una respuesta a la angustia que nos genera la mortalidad, (como el poema sumerio de Gilgamesh), es así que esta noción errónea acerca de la muerte nos hace pensar en el absurdo de la inmortalidad, ¿Qué inmortalidad puede haber cuando siempre se ha estado muerto?

Carl Jung se aventuró a pensar en el más allá de la vida: "Hay partes de la psique que no están limitadas al tiempo y al espacio", todos de alguna manera quieren intuir que existe una vida más allá de la muerte, la inmortalidad, pero ¿No será dicha noción, una simple intuición de la nada?

 “Polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen 3:19)

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