jueves, 9 de abril de 2020

Guerras ideológicas, el "divide et impera" de las redes sociales


Gracias a la tecnología y la enorme demanda en el uso de las redes sociales hoy en día ha cambiado radicalmente la manera como obtenemos información, pudiendo acceder a ella de una forma más fácil y menos “controlada”, como no ocurría antes cuando los únicos medios eran de radiodifusión o impresos.


Las redes sociales han permitidos no solo recibir esa información sino también la posibilidad de cuestionarla y debatirla, es por eso que hasta el día de hoy, internet ha revolucionado la forma en que la sociedad construye su pensamiento.
Esto en principio parece muy positivo pero también puede resultar bastante contraproducente, teniendo en cuenta que estas redes sociales pueden ser, al mismo tiempo, vulneradas sometiéndose a una vigilancia sin rostro, que es prácticamente imperceptible.



El monopolio que tienen las empresas de internet respecto a las redes sociales ya representa un peligro como ya lo ha advertido el ingeniero informático Jaron Lanier y es que dentro de uno de sus diez argumentos para dejar de usar las redes sociales, resalta el primero que asevera; “Las redes sociales están haciendo perder el libre albedrío”
El filósofo coreano Byung Chul-Han que ha logrado conceptualizar de forma magistral lo que es la sociedad posmoderna,  -la de las redes sociales -  en su libro “La sociedad de la transparencia”, nos habla de cómo el ser humano ha pasado de ser superficial a un individuo transparente donde lo único que le importa es “exhibirse”, citando una brillante analogía de “peces en una pecera” en donde estamos confinados dentro de una “temporalidad transparente” y un sinsentido donde nos llevan a hacer lo mismo cada día mientras somos observados.



Cabe añadir que dentro de toda esta exposición casi sinsentido e irresponsable, que como el mismo Han lo afirma en donde sentimos placer tanto por vigilar como por ser vigilados (Vigilancia recíproca) y donde comenzamos a perder de apoco nuestro “libre albedrío”, las redes sociales nos están convirtiendo en presa fácil de la “cooptación”, la misma que nos lleva al absurdo del fanatismo.



Antes  que nada debemos entender que como nunca antes en la historia, estamos expuestos a un enorme flujo informativo que ya muchos filósofos e informáticos han anunciado, hace parte de la trampa en la que cae el cerebro para bloquear su capacidad de raciocinio. Este exceso de información nos lleva a creer que el saber es lo absoluto, colocándose por encima del razonamiento, las objeciones, la crítica etc.
La práctica conocida como “zombie scrolling” es básicamente un auto bombardeo de información e imágenes que son propiamente de las redes sociales en donde siempre buscamos alguna cosa de interés.



Cuando una persona comienza a deslizar todo el contenido que le ofrece las redes sociales, varias sustancias relacionadas con la adicción, fluyen dentro de su cerebro sin que ella lo note, de manera que las redes sociales tienen primordialmente un efecto similar a una droga psicoactiva. Y cuando el cerebro se expone a miles de imágenes a través de estas plataformas, es posible que a ciertos intervalos de tiempo, el cerebro tenga la imperiosa necesidad de “descargarse” de dicho contenido para evitar un colapso, por eso es que estas prácticas nos convierten en personas mucho más distraídas, incapaces de conectarnos a un solo objeto. De aquí parte la razón de por qué las redes sociales sesgan nuestra capacidad de raciocinio.
El mismo Aldous Huxley ya vaticinaba que un exceso de información – como la que hoy se está viviendo -  Acaecería en la pasividad.



Desde luego, todo esto ha influido enormemente en la forma de que se hace política hoy en día, de hecho el mismo Lanier asevera que las redes sociales “no permiten hacer política”, precisamente por esa pasividad, hemos anulado parcialmente las fuerzas que mueven la política de estado y es aquí donde encontramos uno de los mayores peligros para la sociedad actual. La política solo ha convertido en un asunto de discusión, de debate, se ha enredado dentro del discurso ideológico y ha dejado parcialmente de fungir su verdadera utilidad.




Se puede decir que muchas de las personas que no vivimos este “boom informático” cuando éramos niños, tenemos una ventaja en cuanto a razón frente a los jóvenes que han sido absorbidos por el encanto de las redes sociales, por páginas y aplicativos que ofrecen contenido multimedia. Es poco alentador ver que los niños de ahora se están convirtiendo en consumidores del potente contenido audiovisual que invade las redes y demás plataformas, están a merced de un nuevo control de orden mediático similar al que se vivió con la “omnisciente” televisión hace unas décadas.




Las redes sociales se han convertido  por excelencia en la plataforma ideal para ejercer  proselitismo, sobre todas aquellas personas que tengamos acceso a la misma, pero a diferencia de la antigua “propaganda”  política, existe la posibilidad de conocer más a fondo los intereses de cada individuo, de manera que resulta mucho más fácil cooptarlo. Todo esto se debe al gran avance en procesamiento de los equipos y los algoritmos informáticos.



Los botones de “me gusta” tienen una doble función: una tiene que ver con el “conductismo” y la otra con el envío información personal a la poderosa máquina computacional de las redes sociales. De manera que si reiteradamente damos “like” a determinado contenido, los algoritmos informáticos van a traducir dichos impulsos en información que a su vez enviará de vuelta información relacionada con su previo análisis.
Por ejemplo, cuando damos like a cierto contenido en Twitter (La plataforma política por excelencia,) inmediatamente este a través de su algoritmo nos enviará un conjunto tanto de información como de personas, empresas o instituciones que se relacionen con dicho contenido. Hasta este punto muchos se preguntarán ¿Qué tiene de malo esto si se tratan de cosas de nuestro interés? El problema está primero en la sobrecarga de información antes mencionada y segundo en la imposibilidad a las que quedamos maniatados a dicha información, sin posibilidad de confrontarla, de esta manera vamos perdiendo el libre albedrío porque de apoco vamos siendo cooptados dentro de una corriente (La corriente del algoritmo,) como la hoja de un árbol cayendo sobre el río.



Cuando Twitter o Facebook logra emparejar sus algoritmos dentro de una misma corriente sin darnos cuenta ya estamos encerrados dentro de su burbuja, recibiendo a diario solo la información que nos interesa, la comunidad nos ha encerrado dentro de la unidad, la misma que  Byung Chul-Han relaciona con su sociedad “pornográfica”, a la que solo le interesa el “placer inmediato y cercano”, que nos bombardea con solo las cosas que nos gusta convirtiéndonos en seres iguales y repetitivos.



Si solo se trataran de gustos, afinidades o hobbies tal vez no habría mucho problema, el gran peligro está cuando esa corriente es política.
Gracias a la magia de estos algoritmos, los políticos se han aprovechado para crear unidad y convertirla en algo divisible y manipulable. Una unidad que es tan fácil de quebrantar porque sobre la misma cae una lluvia de información día tras día y porque, como muchos críticos de la redes sociales han apuntado, una sociedad de opinión no hace más que perder su potencial creativo y productivo, un individuo al que se la acostumbra solo a opinar o en su defecto a informar a otros, está al mismo tiempo convirtiéndose en un ser pasivo al que solo le queda reaccionar mediante la interacción con el algoritmo.
Además de esto aquellos que están detrás de la política han sabido muy bien manipular estas debilidades, haciéndose de aliados estratégico en las redes, ya sea en grupos conocidos como como “bodegas” o individuos a los que llaman “influencers”, estas personas no solo se encargan de crear o impulsar tendencias sino que en muchas ocasiones no hacen más que difamar o generar información falsa o sin argumentos. Esto último hace parte de lo que se conoce como “propaganda negra”.



Cuando nos sometemos al inmediato y respectivo bombardeo de información por parte de estas bodegas o influencers, y cuando a su vez y casi sin premeditarlo nos hacemos cómplices de su propaganda al dar el “me gusta” y compartirlo, no solo estamos prolongando la cadena si no que estamos abarrotando la jaula, confinándonos a un encierro pasivo donde solo existe la individualidad disfrazada de “paradigma social”, donde gozamos de la falsa ilusión de que formamos parte de un colectivo solo por compartir ciertas ideas e intereses (Cuando la realidad es que somos el colectivo por lo que “somos” y por lo que hacemos no por lo que pensamos.) Es así como nos hemos negado a la realidad extrínseca del mundo, como hemos fallado a la verdad al no aceptar que son cadenas las que nos atan y es una jaula la que nos encierra, la misma que nos separa de la verdad universal, la que es de todos.
A parte de esto, los temas polémicos nos inmersa en un campo de batalla con enemigos invisibles, que hacen parte de una entidad impalpable, aquella que se identifica dentro de nosotros como imágenes, que no son más que “comparaciones”, las cuales para el filósofo Soren Kierkegaard no son más que “preocupaciones”, las mismas que arrebatan la espontaneidad al sujeto palpable.



Y es así que creamos guerras dentro de este campo de batalla político, ideológico y religioso, es así que nos dividimos como sujetos de toda la objetividad del ser humano. Los políticos y quienes están detrás de ellos saben que llevarnos a una guerra, a una constante divergencia, una incesante auto rebelión en la que cada individuo pugna por sostener su realidad, su forma de pensar, sus creencias ante los demás, es la mejor forma de mantener al sujeto aislado, porque todo esto está disfrazado de actos, el calor del debate es tan cálido y revitalizante como el calor que proporciona el movimiento, el ejercicio, el trabajo. Todo esto está sumergido en una falsa inquietud que se traduce como un verdadero acto, que se disfraza de accionar.
Pero no es más que un sujeto pasivo, alebrestado por las maquinarias políticas que ríen mientras se estrella contra los demás y se da golpes en los barrotes mientras son observados por estas personas, estas asociaciones quienes en verdad son los que llevan a cabo las empresas, los que ejecutan los planes, los que ponen el dedo en el gatillo.



El gran problema de ser conducidos como un hato de ovejas a través de la manipulación mediática de las redes sociales, es que tarde o temprano terminaremos negando la realidad, porque el fanatismo al que nos conducen se encuentra bien mimetizado. Nos hemos convertido en fanáticos porque los investigadores, los influencer, las bodegas etc. nos han inundado con su contenido y lo hacen de una manera tan convincente y aparentemente transparente que es difícil ya no creer en otra cosa, el sesgo nos ha negado la verdad, la verdad como dije, producto de la humanidad entera. Este “libre albedrío” ya no es libre, porque nos han confinado dentro de dos, tres o quizás más corriente, somos conducidos por un solo camino, el que hemos elegido seguir, solo escuchamos la verdad que queremos escuchar (Que nos quieren hacer escuchar.)
 Seguir a tientas a los líderes políticos es dar un paso hacia la nada, la nada del fanatismo que conduce al absolutismo.



El fanatismo niega la realidad y convierte a la verdad en dogmatismo, donde el fuero se transforma en prejuicio y la crítica destruye la identidad, ambos son factores en la construcción de falacias, ambos son raíces de tiempo tiránicos.
El absolutismo ideológico centra todas sus fuerzas en un solo partido o un líder llevando al desastre político. La libertad, los derechos civiles y el bienestar humanos tendrán nuevas cadenas. Las cadenas tejidas de redes negarán la existencia del ser humano.

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