Yo te he mirado con desprecio, te he acusado, te he juzgado
y al final te he condenado. Me he burlado de ti en tus narices, he hecho lo
posible para poner la gente en contra tuya. Te he ignorado, te he dado la
espalda, trato de mirar hacia otro lado porque no haces más que causarme
repugnancia. He desatado mi odio hacia ti, tu rostro para mi es la de un
monstruo que no merece compasión.
Esa es la mirada que tengo de ti hombre, es la imagen que se
queda en mi retina, no puedo ver más allá de ti, ni de tus actos, ni de sus
consecuencias, yo siento tu hedor, me repugnan tus ropas harapientas, me
aterroriza tu cuerpo demacrado, tu deformidad, las llagas que cubren todo tu
cuerpo me hacen huir despavorido. Sea el mendigo más despreciable hasta el más
poderoso de los reyes, no puedo ver más allá de este hombre hirsuto y displicente.
Pero en medio de estos prejuicios, en medio de estas olas
que yo agito con mi repudio o mi indiferencia, también deseo ver al humano,
deseo ver por mucho que me cueste a esa persona que tanto se parece a mí, a ese
ser que lejos de todo es mi hermano, con el mismo que comparto la humana
sangre, ¡Ahí está el hombre! Desdibujado por su desdicha, por su malevolencia y
arrogancia, solo tuve que ver un poco más allá de él, solo tuve que mirar hacia
su pasado, porque la única manera de entender las cosas es comprendiendo su origen.
Entonces he tenido una maravillosa visión, he podido ver al
ser que hay dentro de lo innombrable, la flor es hermosa por su conjunto pero
en la semilla hay una gracia metafísica, y es ahí cuando veo al niño, lo puedo
ver en cada persona, sin importar quien, porque es fácil imaginarlo, ver al
hombre transformado en el infante que alguna vez fue, con toda su inocencia y
ternura, aquel niño que solo anhelaba jugar, aquel niño sonriente al cual el
mal aún no había tocado, ese niño que fui alguna vez, que fuimos todos y que
hemos olvidado, ya no está el hombre sino el niño, haciendo sus cosas de
hombre, incluso las más burdas y despreciables, solo así puedo entenderlo, solo
puedo así aceptarlo, incluso podría abrazarlo. Ahí está ese niñito llevando en
sus costales la pesada carga del adulto, llevando sus tribulaciones, sus penas,
solitario, ajeno a la mirada de los demás, nadie se apresura a ayudarlo, nadie
se indigna, a nadie le importa. Pero veo al niño y me olvido del hombre, de su
pecado.
Ahora mírame tú, ¿Qué ves? ¿Ves al niño o al hombre?, si ves
al hombre no ves nada, pero si ves al niño lo contemplas todo, es como ver a
todo el universo en una noche estrellada, es como poder ver a todos los valles
de la tierra desde una montaña. Esto es
lo que soy, es lo que somos, el niño que llevamos dentro, al que renunciamos
desde hace poco o mucho, el mismo que extinguió la sociedad desde siempre, el
que debería perdurar de la misma manera, así podríamos ser más indulgentes, mas
amorosos y nobles, de esta forma volveremos al hombre a través del niño.
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