martes, 20 de diciembre de 2022

ADICCIONES, MI PROPIA EXPERIENCIA

 Mi nombre es León Keller, se puede decir que una persona “normal”, tengo 44 años, una vida tranquila, no exenta de problemas. Mi situación económica no es buena, soy soltero, no tengo compromisos y constantemente digo que mis hijos son mis escritos, mis libros, la música que he compuesto. No he tenido una vida fácil, (Pienso que nadie la tiene) así como usted lector, mis padres o alguno de ellos se olvidaron de mí, crecí con muchas falencias, pero en un ambiente sano, donde nuestras tutoras se empeñaban en nuestros cuidados. Muchas personas me dicen que soy muy formal, no obstante, aún no recuerdo que fuera educado para eso, siempre he pensado que la cortesía y las buenas maneras las he aprendido de otra manera y no en casa ni mucho menos el colegio, todo nace en el grado de empatía que tengamos, si a un niño pequeño se le reprende por no saludar, probablemente lo siga haciendo toda la vida, pero si ese niño ve a alguien saludar y siente empatía por el gesto o la persona que lo hace, muy probablemente será una persona cortés hasta que muera, esa es la regla número uno del mimetismo, copiamos los que nos gusta, lo que nos apetece, nos convertimos en lo que soñamos ser, nuestros genes genera información de los estímulos que nos favorecen, es el principal proceso de la vida, la información lleva a la formación.

 


No puedo decir que sea una persona 100% mentalmente sana, creo que nadie lo es, (por lo menos en nuestra agitada sociedad posmoderna), ahora recuerdo el pasaje cuando el doctor Krokovski se burló de Hans Castorp increpándole con ironía de que la gente sana no existe, así es, y eso más que nadie lo saben los médicos. No obstante, me considero sano en lo principal, en mi estado mental y es cierto, no estoy exento a los traumas, a las manías, a los complejos, pero en algo puedo estar seguro, me mantengo alejado de las drogas y en general de todas aquellas adicciones que nos pueden atrapar y en muchos casos, destruir nuestras vidas.

A veces no me explico, con tantos problemas y situaciones terribles que viví en mi vida, por qué mi mente no ha generado algún tipo de adicción, por lo menos no una tan destructiva como lo es la adicción a las drogas. He consumido alcohol y marihuana, pero ha sido algo pasajero y es algo que trato de evitar en lo posible, (Ya sabe, es muy difícil rechazar las invitaciones de nuestros seres queridos).

Un día me puse a reflexionar al respecto, caminaba yo entonces por la calle inmerso en mis preocupaciones, y entonces vi a un par de habitantes de calle tirados en el suelo, armando lo que comúnmente acá se conoce como “pipa”, en ese momento de angustia pensé un absurdo: “Cómo me gustaría ser como ellos, que con una bocanada de “bazuco” arreglan los problemas de su existencia” y entonces de ahí me comprometí a descubrir, por qué nunca recurrí al abuso del alcohol o de las drogas para mitigar las penas de mi vida.

 


No tengo adicciones ¿o tal vez sí?, tal vez todos las tenemos en menor o mayor grado, tal vez adolecemos de una sola gran adicción, o muchas de ellas más inofensivas, tal vez las tenemos, pero no aún las hemos desarrollado, tal vez están allí pero no nos damos cuenta de que existen, tal vez son adiciones “sanas” o no lo son y las consideramos así, tal vez están allí pero no las queremos reconocer, por miedo o vergüenza, o simplemente no las tengamos: “¡En tal caso es usted un fenómeno completamente digno de ser estudiado! Porque yo nunca he encontrado a un hombre enteramente sano” dijo Krokovski.

La vez pasada investigaba algo sobre la supuesta “adictividad” del azúcar, por lo que muchas personas la consideran “una droga legal”. Hay estudios (No muy concluyentes) que indican que esta sustancia, tan común en nuestras mesas, recurre a las mismas etapas de adicción de otras drogas. Sin embargo, hay otros que afirman que la adicción producida por el azúcar solo la padecen, personas con trastornos alimenticios, es decir, “adictos a la comida”, siendo estos la causa principal de la obesidad en el mundo. En una ocasión traté de hacer la dieta del azúcar por un mes dejando su consumo, incluidos los alimentos que llevan esta sustancia y el resultado fue el siguiente: el apetito se redujo especialmente en las horas de la noche, algo positivo sin duda alguna, no obstante, me generó cierta ansiedad. Gracias a esto, he pensado que tengo cierto ánimo compulsivo por los alimentos, especialmente por aquellos muy dulces, empero, debido a que padezco de cierta hiperactividad mental, (que es la que me impulsa a crear, a pensar muchas cosas y no dormir más de tres horas en la noche), mi cerebro me exige más glucosa, aunque no sabría decir exactamente si esto funciona así.

Otro de mis grandes pasatiempos, que incluso podría considerar como una adicción, es estar frente a la computadora, y eso lo he comprobado las veces que me he privado de ella, pero no sé en qué grado tenga adicción al internet, puesto que hace 20 años no lo tenía, no tenía ni computador, en vez de ello me sentaba en las noches a escribir en mi vieja Charge 11, a escuchar los melancólicos solos de Schuldiner en “Simbolic”, y los fines de semana me iba a la vieja Candelaria, para fotografiar sus calles bañadas de luz ámbar en las noches.

No sé si estas son adicciones, a veces siento que sí a veces pienso que no, pero me he dado cuenta, que cuando por alguna razón me privo de ellas, tras sentir la ansiedad, mi cerebro va en busca de otra forma de mitigar el “absurdo” de la existencia, como lo llamó alguna vez el gran Camus. Para ello, todos estos años he tratado de experimentar decenas de cosas, mi mente inquieta me llevó por muchos caminos, les nombraré algunas de ellos, pasar el sábado en la Luis Ángel Arango leyendo a Thomas Mann, sentarme frente al ocaso viendo como el sol se ocultaba tras los árboles del parque Simón Bolívar, escuchar en concierto al aire libre a la Filarmónica de Bogotá, acostarme sobre las tejas en una noche despejada para trazar las alegorías mitológicas en sus estrellas, ir a una tertulia y sobre todo caminar, porque caminar es como escribir la historia de pie, pero lo que más hacia es escribir, porque escribir es como caminar por la historia, nada más estimulante y suculento para el cerebro que escribir.


Cuando pienso: ¿Qué sería de mi vida si no hubiera desarrollado tantos intereses artísticos e intelectuales?, posiblemente estaría inmerso en las drogas o ya habría muerto por ellas, y aunque una vida intelectual nos asegura conocer el cielo, tocando el hombro de los demonios mismos, una verdadera inteligencia nos hace más curiosos, empáticos y comprensibles al fenómeno de la vida y la existencia. Pero ojo, esto no es suficiente, ojalá nuestra magnífica inteligencia pudiera salvarnos de nosotros mismos como nos salva de los demás, ojalá nuestra genialidad no se volcará en contra de nosotros y pudiera resolver hasta los más recónditos problemas de nuestro Dassein, ojalá nuestra mente nos evitara aislarnos del mundo. Esta sutil contradicción que nos ofrece una gran inteligencia, como la llamo alguna vez el gran Dostoievski, la podemos vislumbrar en grandes personajes de la historia que sucumbieron a sus adicciones, tenemos a Baudelaire, a Arturo Borja, a Lautrec, a Jim Morrison, a Van Gogh, y esto se debe en parte a la gran soledad que muchas de las mentes más brillantes padecieron a lo largo de su vida, una soledad que terminó por destruirlos, porque como lo dijo el poeta Adolfo Bécquer: “La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo”.

Queda pendiente la respuesta completa de por qué he logrado mantenerme una vida alejado de las drogas, pues la conclusión es extensa y ahondará en el plano espiritual como más adelante lo haré escribiendo la siguiente parte de este texto. Una cosa si es cierta, no le temo a las drogas como muchos podrán pensar, y pienso que nadie debería temerle, ni mucho menos estigmatizarlas, todos deberíamos probarlas alguna vez, ya sea por curiosidad, porque queremos trascender o para socializar, pero nunca quedarnos en ellas, nunca llegar a su abuso, esto lo comprendieron muy bien muchas tribus nativas en todo el mundo, dejándonos una valiosa lección, y es difícil hablar de ellas como sociedades tristes, como si pudieran ser las nuestras.

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