Dante Alighieri tuvo en su época la visión del infierno viendo en este un lugar de sufrimiento, (En una forma magistralmente alegórica) todas las cosas que hacen de este mundo un lugar lleno de devastación y miseria. La iglesia por aquel entonces urdía con horror su tesis sobre el pecado y la expiación del mismo a través de la mitología del Gehena, era una de tantas formas para mantener aterrorizada a la gente de aquella época, (Costumbre que bien hoy se mantiene bajo algo conocido como “cultura del miedo” dentro de lo que se encuentra también el denominado “terrorismo de estado”), toda aquella persona que no obrara en la virtud le esperaba un tiempo o la eternidad misma en el foso de fuego ardiente.
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El sufrimiento humano infringido por otros estaba más que justificado, Dios sería quien condenara tanto horror existente en el mundo, si me lo permite era esto una especie de “primado negativo” para dar a entender a la gente que MIENTRAS EXISTIERA LA JUSTICIA DE DIOS, EL PAREDÓN DIVINO, LOS ACTOS EXECRABLES PODRÍAN SER ACEPTABLES, es casi lo mismo aquella tesis que se tiene sobre la evangelización de indígenas y esclavos en la américa hispánica: el cristianismo les prometía el paraíso, aquella promesa anodina era la única forma de paliar el horror que vivieron en manos de la esclavitud.
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Por siglos mantuvimos (Y aún lo hacemos) con la idea del infierno como el mismísimo tribunal divino que tarde o temprano condenará nuestros actos, pero no hace falta más que ver hacia la realidad o simplemente vivirla para darnos cuenta que el infierno está aquí, en este momento en la tierra.
El sufrimiento es
el infierno de cada quién, así pues, el infierno es la forma que damos al
dolor, todos vivimos en el infierno de una u otra manera, pero no estamos todos
en él, es algo meramente subjetivo, si bien todos somos propensos a sufrir en
cualquier momento de nuestras vidas, el verdadero infierno está en el SUFRIMIENTO DE LOS NIÑOS, y
para entenderlo es bueno preguntarnos ¿Qué tanto sufren los niños?
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Hasta hace unas
décadas los bebes eran operados sin anestesia, se usaban otros métodos que
no los sedaban por completo y estos podía experimentar dolor, en parte es
porque se creía que el bebé al no tener conciencia del dolor mismo no podía
concebir su forma, como si lo haría un niño más grande o un adulto, el
sufrimiento. Hoy en día se sabe por estudios realizados en el año 2000, que
los niños pequeños experimentan síntomas postraumáticos básicos como el adulto.
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Si bien es
posible que un pequeño no tenga la capacidad cognitiva de un adulto para
comprender y asimilar el sufrimiento, el infierno que este vive se prolonga
porque tendrá secuelas, cuando a un niño se le hace sufrir de diversas formas,
el dolor que se infringe no es momentáneo, es subsecuente y puede acompañarlo
hasta el final de su vida adulta, para eso solo hay que comprender, cómo muchas
mujeres y hombres con sus vidas destrozadas se han convertido en “almas
perdidas” por así decirlo, causar sufrimiento al niño o no acompañarlo en el
mismo es destruir al hombre, es por eso que el sufrimiento del niño prevalece y
aún más cuando este no es tratado durante su vida adulta.
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Cuando nosotros
como adultos sufrimos, hacemos una introspección de nuestra vida y tratamos de
justificar, de comprender e incluso de aceptar y tolerar dicho sufrimiento,
pero un niño no tiene esta capacidad, por lo menos no desarrollada como un
adulto, para él el sufrimiento no es parte de la vida misma, es un verdadero
infierno donde su alma inocente comienza a ser destruida y al mismo
tiempo, que tengamos que presenciar el horror que viven los niños, se convierte
en el más grande de los horrores que puede padecer el ser humano, es el
infierno de los niños nuestro propio infierno, aun cuando ya no lo somos ni lo
volveremos a ser porque esa inocencia se ha ido y dentro prevalece nuestro propio
sufrimiento, al que a diario debemos hacer frente.
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Un reconocido
biólogo alguna vez reflexionaba, “Nosotros
hoy somos el futuro de la humanidad. Los niños se transforman con nosotros.”, frase
que de forma magistral contradice aquello que universalmente distinguimos como
“Los niños son el futuro”, nosotros somos su futuro porque vamos por el camino
llevándolos de la mano, somos su guía al devenir, construimos o destruimos su
pensamiento, fortalecemos o debilitamos sus raíces, dejamos para ellos un mundo
mejor o peor, es casi imposible pedirle a la humanidad que hagan felices
a sus niños, la vida no es y nunca será perfecta pero por lo menos comprendamos
que de existir el infierno no es un lugar al que llegaremos al final de nuestras vidas, es un lugar que comenzamos a construir al comienzo de estas, en nuestra niñez
Si usted piensa
que las lágrimas de los niños que sufren no son el verdadero infierno en la
tierra, es porque desconoce que el cielo está dibujado en sus sonrisas.