Inspirado en “La sociedad de la Transparencia” de Byung Chul-Han
Una sociedad que no quiere
escuchar, que bajo el desdén y la vanidad solo quiere oírse a sí misma
acallando las voces e imponiendo la suya sobre las demás, solo puede pertenecer
a la sociedad del ruido.
En un lugar donde cada vez es más
difícil hallar el silencio, encontrar ese espacio donde todo puede acallarse en
la quietud, como en un estanque cuyas aguas reposan inermes para poder ver a
través de su infinita claridad, es una sociedad de la cual el ruido se ha
apoderado.
Una vez un hombre registró con
micrófono el sonido de un bosque en su ciudad hace unas décadas, recientemente,
volvió al mismo lugar e hizo un nuevo registro y cuando lo escuchó notó que el
canto de las aves, el susurro de los arboles mecidos por el manso viento, y el
chapotear de los gansos en el agua, todo ese dialogo rebosante de vitalidad se había
ahogado por la multitud de vehículos que por los alrededores del bosque hacían
rugir sus motores con malacostumbrada furia.
Así sucumbe nuestra sociedad ante
el ineluctable avance del porvenir a menudo llamado progreso. “El hombre
razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí
mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable.” Escribió Bernard
Shaw.
Una sociedad del ruido donde los
estereofónicos retumban con su estridente música, donde ya no importa la
calidad de las notas ejecutadas sino los decibeles que estas alcancen, es una
sociedad que renunció al arte, a su silencio y contemplación, que solo se ha
encargado de llenar vacíos y dejó de ser un complemento para el espíritu, una sociedad
de contenido ruidoso, que solo busca escandalizar, provocar, dominar e incluso
atemorizar y que se envuelve dentro del halo malsano del ruido no es más que el
producto de su decadencia, una sociedad que declina hacia el sin sentido, la
futilidad y el secuestro de la sencillez que ofrece la vida, esa misma donde rebosa
la belleza.
Hoy en día se valora más la
energía en el discurso que el discurso, la voz que sobresalta es aquella que es
más fuerte, que resuena con más furia cual si fuera una tormenta, hoy en día se
valora más aquello que nos demuestre poder, fuerza y sobre todo furia, algo que
trae de nuevo el fragor de las viejas batallas, las conquistas de sangre, nos
hacen creer que con gritar enérgicamente vamos a proferir el cambio, el
descontento se nos volvió un hábito y el ruido su lenguaje donde ya no prima la
verdadera y bienintencionada acción, el acto heroico llevado de la razón, nos han convertido en seres de ruido
acostumbrados a quebrantar el silencio pero no a quienes silencian, dejamos de
ser seres musicales, arrebatándonos la capacidad de tocar las fibras más íntimas
del ser.
El ruido inquietante, que
pareciera ser la misma voz del caos, aparece de la nada de manera catastrófica
y ensordecedora, cual si fuera una masa estelar atrayendo todo hacia a su
oscuridad. El ruido es el ego hecho estridencia, es la imposición del poder que
aplasta la musicalidad de lo existente, rebasa el silencio que el alma demanda,
aturde con estrépito la voz que anhela ser escuchada, los cantos del jilguero
que cortejan el amanecer es sofocado por el grotesco ruido que cuál nube negra
se levanta de la ciudad y lo obscurece todo, han muerto las voces y como tal las
palabras de quienes demandaban ser escuchados, ha muerto el llanto, muerta la
paz, muerto el regocijo también el canto del trovador, la leyenda del manso
curaca que narraba inmerso en las flamígeras llamas de la fogata reventando la
leña, fue asesinada por la razón que trajo violentamente las palabras
ensordecedoras de la fe impuesta.
Ahora todo es ruido, se ha
apoderado incluso de la imagen, de la escritura, del color, y sobre todo del
pensamiento, es como una mancha de brea que en al agua se va expandiendo, lo va
ennegreciendo todo a su paso, todo lo contamino bajo su estrafalario cuerpo y
la gente se ha acostumbrado a este como un elemento más del paisaje, lo han permeado,
han aceptado vivir en el silencio del opresor, han aprendido a vivir entre las
sombras del ruido e incluso han aprendido a amarlo, la diaria esquizofrenia que
produce artificialmente esta locura acústica los ha convertido en seres sordos pero
también en seres que temen, seres capaces de alzar sus voces pero no de
defenderse, seres sin música incapaces de admirar la belleza de la armonía y
las notas perfectas que se entrelazan para alcanzar lo sublime, seres en
cualquier sentido incapaces de armonizarse.
Valora el silencio como un
depósito que le harás a la eternidad cuando tus ojos se cierren, escucha el
murmullo de la vida que trata de hablarte con su diminuta voz en medio de la
nada, ama la música cuando sus notas te recuerden la belleza del universo,
escucha siempre no pretendas ser escuchado todo el tiempo, respeta la serenidad
tuya pero sobre todo la de los demás, no permitas que las fibras de tu ser
vibren con el ruido, el universo es un gran vacío, misterioso y profundo que
trata de comunicarse en silencio con tu alma.