La vida es una enfermedad
cuya cura es la muerte, es una enfermedad crónica que padecemos desde nuestro
nacimiento hasta el fin, cargamos con esta dolencia a lo largo de este pasar
por el mundo, para la cual tenemos toda clase de paliativos dentro de un
tratamiento al que llamamos "felicidad".
- Buscamos la dosis
diaria -
Porque sentimos en el
estómago la punzada del hambre, nos hiere el sol con su luz resplandeciente, la
gravedad atenaza nuestras vértebras, el aire frío parece abrasar nuestros
pulmones.
Afuera el "gran desierto" nos muestra que
para este la vida no vale nada, no somos el fin mayor, no somos el más alto
grado en la evolución de la materia, fuimos simplemente un accidente, una rama
que quebró el viento llevándosela consigo, una partícula de polvo como
cualquier otra viajando a través del infinito.
El universo afuera es terriblemente hostil, nadie
soportaría ni un segundo flotando en su inquietante vacío, es así que la tierra
logró convertirse en un escudo para la vida,
igual que una costra seca en el tejido del tiempo, ocultándose de las
mareas de energía que chocan, el caos de
millones de explosiones termonucleares, el frío del vacío absoluto, la nada.
Esta es la primera
evidencia de que la vida es como una enfermedad, una infección, algo que se coló dentro del
gigantesco cuerpo de la amorfa materia,
el caos absoluto, cuando menos lo pensábamos aparecieron sus síntomas, cuando
menos lo esperábamos yacíamos vivos, cuando el diagnóstico dictamina que
tenemos la enfermedad comenzaron las preguntas ¿Cómo llegó allí?... ¿está para
quedarse o simplemente hacernos desaparecer?
Nos parecerá de repente
un milagro, una rareza, un fenómeno trascendente dentro de eso que llamamos
evolución, pero no es más que una enfermedad llena de dolor, dolor que se
manifiesta desde el principio en el momento de nacer, está en las lágrimas de
la madre que da luz a su hijo, reflejado
en el llanto del infante herido por la intensa luz del día, el cortante frío y
el oxígeno que parece quemar sus pulmones, dolor que llevamos mientras crecemos
es ente mundo de crueles leyes y graves imposiciones, dolor que se manifiesta
con los años cuando envejecemos, dolor que nos persigue hasta la muerte porque
por mucho que lo ignoremos o no lo queramos aceptar la vida es nuestra
enfermedad.
- Buscamos la inyección
diaria -
Porque nos duele la
soledad, nos hiere la angustia de los años que pasan, nos duele el temor hacia
lo incierto, hacia el futuro, nos hieren los recuerdos, lo que hicimos y lo que
no pudimos hacer, nos destroza la ansiedad a cada momento, cada segundo que
vivimos, el deseo nos colma de dolor, la espera alarga la noche tan gélida, tan
oscura y solitaria, nos duele existir, nos duele ser y no ser...el peso, la
levedad, todo.
A todos nos atenaza la
angustia del diario vivir, nos carcome la propia existencia, todos desde que
comienza el día, necesitamos esa dosis, esa inyección, la píldora de muchos colores, la aguja que
entra por la piel de nuestros sentidos y el líquido irriga el tejido del alma, aquellas
drogas que están por todos lados y que vemos a través de coloridas pantallas,
narcóticos llegados en notas musicales, anfetaminas que inundan nuestro paladar
deleitado de dulzura aceitosa, con nuestro sexo que nos satura de catárticas
sensaciones, va sobre ruedas a toda velocidad o por lo contrario va muy lento
hacia el camino donde nos espera el remedio mayor, ese que llamamos felicidad y
creemos como lo más sublime. No son más que parte del tratamiento, con esta
enfermedad lo único que nos queda es tratar de eludir el dolor que nos produce.
A eso llamamos "Sentido de la vida" a la terapia prescrita por el
médico que procuramos ser.
Tal vez nosotros no
teníamos que existir, eso tiene sentido si nos damos cuenta que el universo nos
consumirá en una fracción de segundo sin que nos demos cuenta, fulminados en el
espacio en un corpúsculo del tiempo, disuelto en trillones de átomos que se
unirán en una danza de fuego, será como el humo negro ascendiendo a la noche
más oscura, fuimos como la enfermedad, el producto de un lamentable accidente o
la más grande maravilla evolutiva del cosmos, ninguna de las dos si
consideramos que pronto todo dejaría de existir, toda esta magnificencia
borrada de la historia plasmada en la memoria de lo que ya no existe, será como
arrojar cristal a un volcán, así el disco dorado se escape a toda esta
inevitable hecatombe nadie estará allí para escucharlo.
Como seres vivos
padecemos el dolor del vivir y el trauma del existir, agonizamos en un mar de
pensamientos, flotamos en un océano de soledad, así mismo dentro de este vasto
universo navegamos como el más solitario de los navíos, nuestras soledades se
conjugan, así tan solos como la muerte misma, así mismo flotamos en esta
inmensidad como un cadáver viviente, sin ningún rumbo y so pena de creer estar
vivos.
Y dentro de este frenesí
de vida, esta alegría, esta satisfacción que siempre nos procuramos, olvidamos
todo el tiempo como si dentro de nuestro cerebro anestesiado no hubiera un
espacio para ello. Cómo el dolor y el sufrimiento de otros nos sustenta, nos
olvidamos el depredador que somos, los voraces carnívoros que a diario
dentellamos con crueldad la piel de la presa, nuestro trofeo es la felicidad,
la cabeza de un cervatillo con la mirada perdida sobre los anaqueles, del cual
vestimos su piel y comemos su carne, pero olvidamos su corazón, es la dinámica
de esta enfermedad, que nosotros nos convertimos en un mal dentro de la misma,
es como el parásito habitando dentro del parásito.
Incluso aquellas personas
que se dicen felices, aquellas que con gran resiliencia parecen no ver más allá
del dolor, no pueden pasar desapercibidas, ajenas a tan mísera existencia a la
que nos relega esta enfermedad que nos destruye de a poco, así pues estamos
dentro de una burbuja del infinito, construyendo esta sociedad la cual no tiene
reparo, aquella misma que por un lado renace y por otro muere, aquella que por
un lado agoniza y en su contra trata de sortear este desastroso sufrimiento
¿Quién es capaz de vivir ajeno a tanto dolor y sufrimiento? ¿Quién en la tierra
puede ser tan insensible o tan tercamente comprensivo?
Y la cura a esta enfermedad
indolente, podría ser que pudiéramos dentro de nuestra existencia encajar todas
aquellas cosas que nos hacen felices, pues no sería más que el triunfo de un
tratamiento paliativo sobre el propio dolor, no sería más que el éxito de
lograr las dosis instantáneas para sobreponerse al dolor que supone existir y
que es más doloroso en los seres humanos solo por tener conciencia de
brutalidad semejante, o también podría curarnos la mansedumbre, el afrontar todo este dolor con gran estoicismo o ser masoquistas y disfrutar
del sangriento espectáculo, del alma herida, los sentimientos que se derraman.
Entiendo a los adictos
porque ellos más que nadie perciben esta realidad purulenta, entiendo porque
son vidas perdidas, ¡La vida ya estaba perdida desde que surgió! Entiendo
porque quieren escapar de sí mismos todo el tiempo.
Porque la vida es
dolor, es el sufrimiento materializado y
el goce no es más que la cáscara que envuelve esta amarga fruta, los cuerpos
que habitan acá no están para el placer, están hechos para el dolor de este
padecimiento, esta enfermedad, este germen que se reproduce sin control, que debe engañarnos a cada
momento para procurar su mefítica hegemonía, su desesperado éxodo hacia la
infinitud.